El sagrado Sagro y la jaima bereber

Fue un duro invierno, tan duro que la jaima se hizo añicos. Había que ir a por otra, excusa perfecta para volver al desierto…

Mi amigo Nacho Arroyo (un hacha buscando vuelos baratos) se puso en marcha y por tan sólo 36 euros ida y vuelta, consiguió unos billetes que nos permitían viajar a Marrakech de lunes a viernes, tiempo suficiente para conseguir nuestro objetivo y, además, pasar unos días en tan delicioso país.

Llegamos lunes por la tarde. En tan sólo cuatro horas pasamos del arroz alicantino al kefta del Gran Atlas.Una vez aterrizados, fuimos a recoger un coche alquilado que, previamente, Nacho se había encargado de gestionar. A primera vista no nos pareció gran cosa, sin embargo, nuestra impresión tornaría diferente a lo largo del viaje, al convertirse en el héroe de aquella pequeña expedición.

Emprendimos ruta hacia al puerto de Tizi N’Tichka, dirección Ouarzazate, ya que nuestra intención era llegar a Ait Benthaddou. A pocos kilómetros del puerto de montaña, salía una carretera a la izquierda y nosotros, en lugar de tomar la carretera clásica, decidimos desviarnos por Telouet y disfrutar de las vistas espectaculares del valle, camino que, a la postre, nos llevaría al albergue de nuestro amigo Abderramán.

La carretera era de asfalto y de un solo carril, aunque no estaba mal. Llegado a Telouet comenzó el desfile de Kasbahs, a cual de todas más bonita y digna de contemplar. Descender el cañón te permite contemplar un hermoso paisaje de Kasbahs que se mimetizan con el horizonte, mezclándose con el verde árido del Atlas. Justo en esta población comenzaba la pista que, al estar en obras, nos hizo ralentizar enormemente la marcha, deleitándonos la vista con la belleza del horizonte, que lentamente combinaba la caída paulatina del día con la llegada misteriosa de la noche.

El propietario del albergue Ayouze, nuestro querido Abderramán, nos recibió con su característica hospitalidad. Hacía ya cinco años que no nos veíamos, tras haber compartido aventuras y escalado las Gargantas del Todra y, sin embargo, parecía que apenas mediaban unos días desde nuestro último encuentro. Pasamos una alegre velada, como buen amigo y buen marroquí, nos deleitó con algunos productos típicos de la tierra, como el té y una buena conversación bajo las estrellas infintas..

A la mañana siguiente, después de un delicioso desayuno, fuimos con Idris –hermano pequeño de Abderramán– a ver unas cuevas en un cortado en el río. Para los que nos gusta el desierto, este es un paisaje de gran hermosura, ya que ofrece una combinación perfecta entre la gama de ocres y terracotas y el verde del lecho del río. Las cuevas eran como profundos silos para guardar grano, presentaban una especie de curioso pasillo de cerca de un metro y pico de altura, con compartimentos de diferentes alturas que se comunicaban entre sí, dando lugar a curiosas cavernas.

Tras la visita, volvimos al pueblo a por nuestra jaima y, tras una dura negociación acabamos consiguiendo una buen “ejemplar”. Desde ahí, emprendimos viaje hacia el segundo de nuestros objetivos: el Sagro.

Camino hacia Zagora, la aridez se agudiza y el Atlas se despide en forma de cañones. A unos 50 km de Ouarzazate, surge un camino que lleva hasta la aldea de Tizgui, son 10 km de camino en regulares condiciones aunque no del todo intransitable. De repente nos encontramos con una bajada pronunciada desde donde se ve la aldea, con un campo de fútbol a la izquierda. Cruzamos el campo y aparcamos. Sale desde allí una senda desde cuya izquierda desemboca un cañón a unos 300 metros, el lugar es de postal: un cañón en medio del desierto por donde baja un fino chorrito de agua, la suficiente como para crear una poza y dejar que crezcan unas palmeras alrededor (bajo las cuales aparece de repente un inesperado para ofrecerte un té).

Un oasis tan magnífico a las puertas del Sáhara se merecía, como mínimo, un buen chapuzón. Además, la orografía ha dibujado con el paso del tiempo un atractivo tobogán, de modo que, aún sin llevar neopreno, acabé deslizándome como un niño, a pesar del riesgo de lanzarme por el desconocido tobogán con la sola protección de mis gayumbos pudiendo perder algún preciado elemento de mi fisionomía.

Siguiendo la ruta, pasamos por Agdez, uno de los puntos más importantes de la antigua ruta bereber, donde tuvimos una curiosa aventura con un farsante autoestopista, cuyo interés parecía ser retomar la antigua tradición de los mercaderes, sólo que de modo más “particular”.

Antes de llegar a Zagora, nos desviamos por la carretera que nos lleva a Erfoud. En Nekob, paramos a repostar combustible y preguntar cómo estaba el camino hasta Boumalne Dades, los mecánicos del puesto se echaron a reir nada más oir la pregunta y ver el coche con el que pretendíamos hacer el trayecto. La verdad es que, a pesar del nombre –Suzuki Alto– y la pretensión de parecer un todo-tereno, la realidad era que aquel viejo trasto estaba más cerca de ser un seat panda que un 4x 4.

Seis años habían pasado desde que hice esta ruta por última vez y, aún sabiendo que había empeorado, no me imaginaba que fuera para tanto. El camino sale de la parte norte del pueblo, hay que pasar por la torre de telefonía móvil a la derecha y junto a un basurero a la izquierda. En este lugar es conveniente preguntar al principio, aunque una buena señal suele ser siempre tomar el camino más trillado.

Llegados al Sagro, comienza la verdadera aventura. Es esta una sierra que se sitúa entre el Gran Atlas al norte, Oued Dra al este y la carretera que va a Erfoud al sur. La peculiaridad de estas montañas es el origen volcánico de las mismas, convirtiendo el paisaje en un auténtico desierto negro: frío en invierno, abrasador en verano y siempre árido. Nuestro final de etapa era Bab n’ali (la puerta de Ali), lugar hasta el que nos llevaba una de las peores rutas que creo recordar en mucho tiempo. Hacía ya unos cuantos años que no visitaba la zona y esta vez me había prometido a mí mismo ver los magníficos cerros rocosos que conforman la puerta de Ali, en todo su esplendor. Llegamos con la luz del atardecer, mientras en el horizonte se recortaban esas dos inmensas y espectaculares atalayas.

Tras el maravilloso espectáculo, buscamos un lugar donde alojarnos. Encontramos un solitario café junto al camino, en el que coincidimos con 4 ciclistas catalanes y 4 motoristas madrileños (aquel día no se habló de fútbol, menos mal!). Nos comentaron que el camino estaba fatal y que era imposible continuar, de modo que era mejor cambiar de planes y regresar por donde habíamos llegado.

Inasequibles al desaliento, Nacho y yo decidimos continuar, lo contrario modificaba nuestros planes demasiado y, al fin y al cabo, la aventura es la aventura. Tras un sueño reparador, amaneció como suele ser por estos lares: sol de justicia y calor seco.

De nuevo frente a nosotros, los dos farallones que flanquean la puerta de Ali. Años atrás puede verlas de pasada, desde el camino, de modo que este año venía dispuesto a saldar una vieja cuenta. A unos dos kilómetros del café, siguiendo por un sendero pedregoso, llegamos hasta la base de la montaña de la izquierda. Como Nacho comenzó a remolonear, decidí comenzar la subida yo solito, no estaba dispuesto a marcharme de allí sin disfrutar de la magnitud de estos imponentes cerros. Pronto me dí cuenta de que la consistencia de la roca no era muy buena para la escalada, aunque tampoco es de lo peor que me he encontrado por el mundo. A primera vista/pisada, parece tener una ligera capa que se desconcha con facilidad, aunque luego se muestra firme y con cierta consistencia. La cara sur se desploma desde lo más alto, de modo que le hice “la kora”* a esta majestuosa atalaya y bajé por el barranco que se forma entre las dos torres, llegando hasta donde Nacho me esperaba plácidamente bajo unas palmeras. La próxima vez que las visite será para subirlas, así ya tengo una buena excusa para volver, siempre hay que dejarse algo.

De regreso al café, el dueño nos comentó que había unas cascadas en un lugar cercano y nosotros, obviamente, allá que nos fuimos. Un hilo de agua caía por la derecha, fundiéndose en las piedras del suelo. Por la izquierda, el agua formaba una pequeña poza en la que nos refrescamos, junto al ganado de un cabrero.

Justo al lado, el camino comenzaba a subir. El firme (por llamarlo de algún modo) empeoraba por momentos. Unas piedras sueltas y otras fijadas a un cinto, maltrataban la amortiguación, quedando alguna meda en el aire de vez en cuando. Es fácil patinar, de modo que la consigna era no parar, seguir en movimiento con la suficiente velocidad para poder leer el camino y que la inercia nos subiera los escalones más altos. Es el arte de horcajar y sortear sin detenerse.

Al final encontramos una casa a la derecha del camino, donde tomamos un té con una pareja de franchutes que iban en bicicleta, quienes se quedaron boquiabiertos al ver cómo habíamos llegado con semejante vehículo. En total, 17 km de camino imposible, que nos llevaron más de dos horas, y que al final se transforma en una pista, al tratarse de una ladera del Sagro con más vida y, por tanto, con mejores recursos. Desde allí tomamos la carretera que va de Ouarzazate a Er Rachidia.

*Kora: tipo de meditación en la tradición budista que consiste en caminar alrededor de un templo o sitio sagrado.

Una de las cosas más sorprendentes del camino fue encontrar a un grupo de niños nómadas arreglándolo, echando tierra al descarnado terreno a cambio del triste pago de unas monedas (si los pocos coches que pasan tienen a bien ser generosos). Sería algo así como un improvisado MOPU español de menores de edad, sin derechos ni tampoco un mínimo sueldo. El terreno “arreglado” apenas alcanzaba los 100 metros (algo es algo) aunque lo verdaderamente irónico del caso es que esta es una ruta que buscan ciertos usuarios para transitar por ella con sus poderosos todoterrenos, justo todo lo contrario…

Al final de la jornada, dormimos en un albergue llamado “Les cinq lunes” (las cinco lunas) en las Gargantas del Dades. Mi tendencia es siempre ir hacia las gargantas del Todra, sin embargo esta vez me quedé muy sorprendido por las del Dades (que no conocía) unos espectaculares desfiladeros, donde los últimos kilómetros son muy empinados y están recorridos por un palmeral que acompaña estas bellísimas formaciones geológicas. A estas alturas del viaje, creo que ya entenderéis por qué el verdadero héroe de nuestra expedición no éramos ni Nacho ni yo…

Camino de Ait BenHaddou (un hermoso rincón perdido en el tiempo), pasamos por Ouarzazate y vimos desde la carretera los grandes estudios cinematográficos, en los que se han rodado algunas pelis por todos conocidas, como la Joya del Nilo o Los Diez Mandamientos.

Finalmente llegamos al albergue Ayouze, donde nuestro amigo Abderramán ya nos tenía la jaima preparada en un bulto de 60 kg, presta para ser trasladada. Nos despedimos de toda la familia y, tras encontrar una agencia de transporte en Marrakech, emprendimos el regreso a casa.

Objetivo cumplido: hacer nuestra preciada compra para el Camping Kalahari y devolver el súper-coche-héroe del desierto, sano y salvo a la agencia de alquiler (sin que ésta además nos cobrara ningún extra).

Por fin podemos gozar de una maravillosa y auténtica jaima del desierto, hilada y prensada a mano con pelo de cabra y camello, bajo la cual, en algún tiempo pasado, habitó una familia nómada. De paso, queremos aprovechar esta pequeña aventura para mostraros una original ruta, por si en algún momento os apetece adentraros por esta parte de Marruecos, en cuyo caso estaremos encantados de compartir esta experiencia con vosotros.

Por cierto ¿habéis visto ya nuestra jaima?

Fdo. Antonio Robledo Zapa.

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